sábado, 23 de julio de 2011

RESPECTO AL FLAMENCO en el Festival de la Guitarra de Córdoba 2011.

Transcurrida una semana de la clausura, con ya la digestión hecha, hago una reflexión sobre los espectáculos vistos y disfrutados; ambas cosas en todos, que no siempre se dan, aunque cada uno se haya ganado su puesto en mi particular ranking. Y puede ser un ejercicio sano para corregir, si procede, si la memoria guardó las impresiones recibidas al instante de producirse, que no tienen porque ser las más precisas, puesto que, sobre la marcha, el estado anímico puede verse condicionado por muchas circunstancias, que tenidas en cuenta después, en su visión de conjunto, podrán alterar el juicio a vote pronto emitido.
Así, en principio, los recintos donde se celebran contribuirán a predisponer; igual que la climatología, y el público que concurre; es inevitable. Por tanto, el desarrollo de cada evento no sólo es susceptible de verse afectado, sino que la misma concurrencia podrá tener sensaciones dispares, y por ello las conclusiones finales de cada cual, confrontadas, estarán distanciadas. Si no, hagan la prueba sentándose en la parte delantera o en las gradas del mirador del auditorio al aire libre; un poner. Está comprobado que hay formas de percibir según unas localidades y otras. También en los recintos cerrados, pero en los abiertos como La Axerquía, por su dimensión, se hace más patente.
Y con estas consideraciones comienzo remitiéndome al de Vicente Amigo, donde, los que estábamos en las sillas del lateral izquierdo del aforo, próximos al ambigú de la parte baja, pasamos toda la función sometidos al trasiego que no cesó de quienes no previeron, antes del comienzo, aprovisionarse para así no privarse del objeto principal que les indujo a sacar su localidad para estar presentes en tal espectáculo. ¿Qué pasaba? O eran culillos de mal asiento, o lo que sucedía en el escenario les cansaba. ¿Cuál será la crítica de éstos, respecto a lo que presenciaron? También, mirando otro aspecto de la función, cómo no protestar por la atención que se le prestó al sonido que servía a la voz de Javier Latorre. Su recitado no se entendió ni en las primeras filas.
El encuentro con Javier Barón produjo en más de un asistente un cierto bochorno ajeno. Cómo es posible que en una provincia como la cordobesa, que se precia de una aquilatada afición flamenca, sólo asistieran los que ocuparon la mitad de las localidades del aforo del Gran Teatro. Inconprensible, porque no se trata del gran público, que allí no cabría, sino de los afines a esta manifestación artistica, dada la figura en ciernes que se presentaba y el elenco nada desconocido que le aompañaba. Al que se perdieron, como también a un David Palomar, inédito por estos lares recitando, y exhibiendo cualidades rapsodas desconocidas.
Con Rocío Molina, quienes asistimos sin ninguna predisposición a su espectáculo, saldríamos sorprendidos y con el deseo de ampliar nuestro horizonte y el campo de visión donde el flamenco podrá expandirse sin complejos de cometer desafueros. A esta artista hay que tenerla en cuenta.
¡Ay! Y menos mal que nos esperaba Víctor Monge Serranito, porque se las trae que, en un festival de la guitarra, la dimensión flamenca del instrumento de las seis cuerdas se limite a presentar a un sólo intérprete, por más que sea de la talla del que nos ocupa, y en una geografía donde la guitarra tiene tantos seguidores, e inducidos imitadores de los maestros que tanta gloria le han dado.

Que el bailaor Joaquín Cortés es genial no lo discutiré yo, y que además es un artista dotado para el espectáculo y, probablemente, para colocar la danza a niveles admirables, tampoco, pero, su representación no fue lo que muchos esperábamos en su tierra natal, al hilo del Festival que lo incluyó. Y, desde luego, reproche también para sus paisanos, por los clamoroso huecos del aforo, aún la buena entrada conseguida.