viernes, 7 de febrero de 2014
OBITUARIO.
Irreparable acontecer luctuoso la sorprendente
desaparición de Antonio Muñoz El Toto, hombre siempre inquieto y disconforme con el mundo desequilibrado
que le tocó en suerte vivir. Y ahí estuvo también, y en paralelo con su devenir,
una personalidad de cantaor flamenco, cantaor gachó, que sin proponérselo tenía
ecos que inundaban con los llamados soníos negros que han sido, no sé por qué,
adjudicados por algunos solo a los cañis, pero que, en el cantaor cordobés del
Campo de la Verdad, eran tan genuinamente personales como para que en el jurado
del XV Concurso Nacional de Arte Flamenco, tuvieran que sufrir la injusticia de
no poder adjudicarle ninguno de los premios que en cualquier otro de los
anteriores y subsiguientes certámenes sin duda hubiera ganado. Él era –como
decía de sí Juan El Torta- un cantaor
imprevisible que no siempre tenía los duendes a su disposición, pero que,
cuando éstos acudían nos pellizcaban a todos los que atendíamos. Cierto que, en el correspondiente al premio Manuel Torre, le otorgarían la mención especial
honorífica, pero con todo, siendo un honor, no sería suficiente para dejarnos
contentos, aun la verdad incuestionable del imponderable acontecer de estar,
también, en tal convocatoria, el grandísimo cantaor jerezano Fernando Terremoto hijo que arrasaría con un total de tres
premios, sin, por otra parte, ser cuestionado.
Mas, con todo, en estos seis meses últimos cuando hemos querido
desprendernos del riguroso luto que cubría nuestra alma –ya sabemos: Mariana
Cornejo, El Torta de Jerez, Félix
Grande-, ahora nuestro Antonio El Toto que,
como decimos, fue un incondicional del cante más jondo, además de un luchador
social irreducible al que nada de lo que sucedía en su entorno le era ajeno. Y cuando
de reivindicar se trataba, allí estaría él para poner a disposición de la causa
lo que mejor sabía hacer, precisamente con su cante que, volviendo a recordar a
Grande, era la forma más sólida y contundente de hacerse notar para ser lo más
exigente y útil posible. De ello podrán dar el mejor testimonio los responsable
obreros de tantas asambleas y movidas laborales donde Antonio no faltaba, siendo
auxilio entre estos, de incansables como fueron Papi y Cahue, en
comparecencias teatrales, poéticas y flamencas, y a su vez prolongándose
difundiendo la cultura más noble a la que como siempre al pueblo más precario
no llegaba. En el Ateneo de Córdoba siempre estuvo presente, siendo socio
fundador, junto a Antonio Perea, incansables para que los colectivos menos
formados también tuvieran su noble foro de participación.
Descansa en paz querido
amigo porque, desde tus posibilidades, tú sí que contribuiste a dejar un mundo
mejor.
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