jueves, 1 de septiembre de 2011

VIVIR DEL ERARIO PÚBLICO

Siempre ha sido una aspiración no ajena al catálogo de posibles salidas para los jóvenes licenciados en cualquier profesión, la de un empleo en la administración pública, ya que tal logro, superada la consiguiente oposición concursal, tiene aún -veremos lo que nos depara el futuro al paso que van las cosas en cuanto a los recursos económicos- una consideración elevada para cualquier aspirante, por la consabida seguridad de futuro que otorga el peculio laboral y el correspondiente puesto de trabajo ganado, respecto a la débil confianza depositada en los de la empresa privada y la iniciativa propia.
Y esta mencionada fe en lo público, históricamente, se ha ido transmitiendo de generación en generación y, a otras dedicaciones laborales que se han incorporado, abriendo un abanico de ofertas a muchos trabajadores con diferentes oficios que, aun teniendo un puesto de trabajo en lo privado o como autónomo, presentan solicitudes en la administración para descargarse de la incertidumbre que tienen en la dedicación que les ocupa. Así los encontraremos esperanzados en función de su competencia laboral para colocarse en hospitales, centros médicos; en la enseñanza: ya en la primaria, institutos, o facultades universitarias; en centros cívicos, etc.
Mas, teniendo en cuenta que las autonomías, consistorios municipales, y otras dependencias políticas, han venido disponiendo, desde la conformación del sistema democrático y otrora con la pertenencia a la Unión Europea, de fondos económicos para ser invertidos tanto en el fomento del deporte como en cultura, en Andalucía -a propósito de aquélla-, en el arte flamenco, para llevarlo al gran público, reflejándolo esto, amén de lo antedicho, en la promoción de nuevos valores a través de certámenes, conciertos, y espectáculos, donde la juventud ha tenido un protagonismo importante, como a su vez las figuras más notables dentro del panorama, dando cabida a todas las disciplinas expuestas mediante el cante, el toque, y el baile.
Pero hete aquí que la insoslayable crisis arrasando las arcas de las instituciones públicas, como era de esperar, también ha tocado a la cultura; comprobándose que en estos casos lo trascendental cede espacio a lo prosaico, dejando al descubierto las carencias que están acusando los principales protagonistas de tan singular arte, ya patrimonio de la humanidad, sin el beneficioso amparo que tanta vidilla les ha dado, propiciando que en ellos afloren sentimientos donde lo noble no está siendo precisamente lo que predomine. Así, agravios comparativos y celos bastardos hacia los mismos colegas de profesión que, mientras ellos disfrutaban del dispendio que los distinguía, no se manifestaba, para vindicar a tantos compañeros que fueron menos favorecidos entonces.
Cierto que para manifestar sus quejas ante los estamentos oficiales, lo más eficiente sea convocar al gremio intentando hacer fuerza con la presencia de todos, pero esta unidad no va a producirse si algunos no hacen nada más que señalar a esos otros que, según ellos, son los privilegiados. Y es verdad que, en igualdad de condiciones, en espectáculos gratuitos que se van a financiar solo con el erario público, deben establecerse bolsas de contratación para tales acontecimientos, y por riguroso orden sean incluidos esos que se presten a participar cuando les toque, pero, si de lo que se trata es de ponerlos en cartel, anunciándolos a la afición que esté dispuesta a pasar por taquilla, aun recibiendo alguna subvención, lo único que se debe primar es que la programación que incluya a esos elegidos sea rentable y se costee con las mínimas ayudas oficiales. Lo demás, dependerá de cada artista -menos envidioso-, esforzándose en ser el más creativo y atractivo para los gustos que demanda el respetable que ha de tocarse el bolsillo. Y más cosas, que podremos mencionar en otra ocasión.

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