jueves, 7 de enero de 2010

Abril 2006
Enrique Heredia Chacón
Frecuenta la Peña El Rincón Flamenco pero no es el aficionado al uso. Enrique Heredia Chacón es un gitano que ejerce. Y lo mismo que los toreros de arte, hasta andando demuestra su pinturería.
Un año singular, 1947, imposible de olvidar para los cordobeses y para los seguidores del planeta de los toros (por el luctuoso suceso acaecido al que fuera conocido por todo el mundo por "Manolete" y dentro de los círculos del arte de Cúchares, con el sobrenombre con que lo bautizara el periodista Mariano de Cavia en una soberbia crónica de su tiempo, como El Monstruo), nace en un rincón de la Axerquía de nuestra ciudad, con un marchamo singular, según él, que puede dar perfecta réplica a la trianera castiza Cava de los Gitanos, y cuya nomenclatura, Piedra Escrita, evoca una época singular por haber sido encrucijada clave que tantos recuerdos dejara en su retentiva y retina.
Lugar de encuentro y vivencias de personajes inéditos en otros pagos, pero que en su extensa geografía urbana hacía concurrir, a unos, por su afinidad con el Matadero municipal, cerca de la Merced, y a otros, en su predisposición buscavidas a lo que saltase en la entonces depauperada Costanillas. Todo en el popular barrio de Santa Marina, en cuya parroquia fue bautizado.
Crece en medio de una familia, siendo el mayor entre cuatro hermanos, donde lo cañí cobra para él una importancia que le iba imprimiendo carácter preferencial, sin por ello menospreciar lo gaché, porque su madre es una castellana de casta.
Siendo todavía un niño, como tantos de su tiempo entra de aprendiz en uno de los muchos talleres de platería que proliferan en la zona y, en esas labores se desenvuelve hasta su obligada incorporación a la "mili" para, después de licenciarse, empezar a trabajar en la hostelería y más adelante hacerse un buen profesional de la cocina, lo que le propicia la ocasión de formar parte de la plantilla de un importante hotel de nuestra localidad en donde, no ha mucho, se ha jubilado en el desempeño de jefe de partida después de más de treinta años en la misma empresa.
Enrique Heredia se siente flamenco de "nativitati" por el seno familiar que lo acoge en su arribada en este mundo, y porque en el entorno urbano del mismo es en donde experimenta sus primeras vivencias.
Muy jovencito conoce al que con el tiempo será su suegro, Antonio Castro El Pirolo, gitano del barrio que se gana la vida, en parte, con el cante allá por la década de los 50, junto a los conocidos Automoto y otros, como el tocaor Antonio El del Lunar, a la sazón padre del gran guitarrista Juanito Serrano, inmortalizado, por cierto, mientras el reloj de Las Tendillas dé las horas, y él disfrute cuando vuelve por su tierra porque vive gozando, afortunadamente, del máximo prestigio establecido en Usamérica.
Las actuaciones del que va ser su familiar político, en las ventas y lugares de encuentro de los flamencos de Córdoba, así como en los de la villa y corte capitalina en donde también se prodigó, a Enrqiue le despiertan el gusanillo y el deseo de probarse en el cante, por lo que se pone en disposición de recibir las enseñanzas que El Pirolo le brinda y que le van a permitir adquirir conocimientos como para atreverse y estar a gusto cantando por soleá.
Su padre, que en las fiestas familiares se daba sus "pataítas", sus tíos Cipriano que con la sonanta le daba la réplica, y don Luis, con su atesorada sapiencia, gitanos ellos entre los cabales, lo animan para que dé el paso y se suba al escenario. Primero ante los micrófonos de la Radio Córdoba de entonces, comprobando que el público se vuelca con él y, después, en el desaparecido Teatro Duque de Rivas, cuando tenía 18 años, junto a su primo Manuel de los Reyes Heredia, guitarrista que había destacado, según el jurado, en el Concurso Nacional de Arte Flamenco de Córdoba del año 65 (certamen por cierto en el que el maestro granadino Manuel Cano consiguió los máximos reconocimientos). Desde entonces, y siempre por afición, su presencia en escenarios de peñas y lugares de citas flamencas es requerida, y él se entrega.
Se casó muy joven con una gitana que con el tiempo le alumbró dos churumbeles, los cuales ya le han regalado tres nietos, también cañís, y orgulloso en estos momentos de que la mayor de ellos esté prometida para el desposorio.
En el cante, sus maestros preferidos son Antonio Mairena y Juan Peña El Lebrijano, pero no esquiva acordarse de otros gitanos porque él quiere siempre acentuar que bebe de la fuente que mana de los de su raza, preferentemente de los procedentes de la geografía flamenca que se sitúa en los barrios jerezanos de Santiago y San Miguel, desde la calle del Sol a la Porvera, pasando por Doña Blanca. Contemplando el obligado desplazamiento mental a los Puertos, acercarse a la bahía y encontrarse con sus primos los Ginetos, los de Rosa La Papera y los asiduos de las calles de la Pelota y Santo Domingo en el castizo barrio de Santa María junto a las Puertas de Tierra para, cantiñeándose, seguir por el Campo Sur gaditano hasta la caletera encrucijada de La Viña y en su calle La Palma sentarse y escuchar a Juan Villar.
Enrique Heredia, ya lo hemos dicho, se crece en el cante por soleá, y en las bulerías se rompe la camisa llevado por el compás de estos aires festeros.

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