sábado, 16 de enero de 2010

LA CHICHARRA PETULANTE


Que ocho de cada diez
resulten ser usuarios,
a mí se me importa un pito:
yo en ese trasto me cago.

Las estadísticas dicen
porque lo tienen bien claro,
que todo bicho viviente,
tendrá que pasar el aro.

Ese artilugio pedante,
por móvil más conocido,
a mí me toca la pera,
sin tenerlo en el bolsillo.

En los últimos sondeos,
yo estoy con la minoría,
de esos dos de cada diez
que aún se resistirían.

Es un aparatito coqueto,
y una vez que está contigo,
se apodera descarado
de tus notables sentidos.

Un telefonito portan
ufanos ejecutivos,
también mandos intermedios
y los ujieres altivos.

Señoras, órdenes terminantes
a sus marmotas les dan,
cuando van hacia el mercado
con el chisme a tutti plan.

Y, las marmotas a sus peques,
que, cuando salen de casa,
nunca se marchan sin él
para llamar a la basca.

Es distinguido viajar,
en medios muy concurridos,
y así, mostrarse estirado
en soliloquios aburridos.

Caminar con pasos largos,
o pararse en las esquinas,
con una mano en la oreja:
bla, bla, bla, es una cosa que priva.

Comprendo a los interfectos
que duermen acurrucados,
junto al artefacto de marras,
a falta de mejor bocado.

Yo para caminar seguro,
para viajar y ausentarme,
no necesito el amparo
del pírrico cachibache.

Para hablar cuando voy solo,
requiebro a alguna morena.
O hablo conmigo mismo,
que no es vana terapéutica.

El uso del celular,
podrá dominar al mundo,
pues -para lo que hay que oír-,
yo en esa práctica, no abundo.

Que el género epistolar
haya pasado de moda,
no confiere al cacharrito
hegemonía absoluta.

Asumo sin resistencia
que las ciencias adelanten,
mas, aplaudo entusiasmado
el progreso no pedante.

Que el vivir, y vivir bien,
no tiene que ser sinónimo
de prácticas alienantes.

He dicho.
Enero 2002

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